Enero, 2019

Claves para construir La Alegría

Vivir con alegría una decisión personal

Una decisión personal que acarrea consigo toda una cadena de actitudes existenciales que conforman un hombre dignamente humano. Itinerario que nos lleva a una profunda moderación interior.

Un itinerario que supone una secuencia de actitudes entrelazadas:

1. La nostalgia de lo cotidiano
2. Apreciar placeres estéticos
3. Suscitar sentido del humor
4. Gobernarse a sí mismo
5. Aceptar la limitación de lo real
6. Superar el desencanto

1. La nostalgia de lo cotidiano

El ser generosamente agradecidos es el primer paso para disfrutar de una posible felicidad inadvertida.

La gratitud me recuerda reconocerme regalado. Me ayuda a vivir apreciado cada instante. La gratitud me puede cambiar la vida. Y no sentirla, también. No dar nada por supuesto. Todo es un regalo en cierta medida. Que me llega incluso sin pedirlo. Que me salva.

Benjamin Franklin: “la felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días”.

2. Apreciar placeres estéticos

El detectar y deleitarse con la belleza no debe interpretarse únicamente como un signo de sensibilidad estética o como un perfil emotivo de la personalidad, sino como un indicio cierto de una profunda madurez interior.

Rousseau: “Si quitáis de nuestro corazón el amor de lo bello, nos quitáis todo el encanto de vivir”

Esta madurez interior amplía las posibilidades de experiencias y la calidez humana de las mismas. Unas experiencias que adornan, enriquecen y nutren la felicidad.

3. Suscitar sentido del humor

El sentido del humor hace una función catártica siendo esta una forma de proceder normal de la psicología que sirve como limpieza, como alivio, como amortiguación psíquica. El humor en forma de sonrisa o de risa modifican la tonalidad afectiva y avivan el ánimo para seguir con la lucha que cada uno tenga entre manos.

Pearl S. Buck: “muchas personas se pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad”

No podemos perder de vista que la esencia del sentido del humor está en pensar en los demás, más bien, amar a los demás. Al pensar en los demás, se agranda el ánimo y se robustecen las fuerzas para resistir los envites de la vida, y además se agudiza el ingenio para suscitar situaciones que mitigan el sufrimiento de los seres queridos.

Para ello, los comportamientos de uno suponen una reciedumbre interior,un autodominio. No caigamos en el error de pensar que son el resultado exclusivo de un temperamento bondadoso o de un talante desenfadado. Más bien precisan cierto señorío. Podemos preguntarnos de dónde surge entonces el sentido del humor siendo la respuesta del realismo, de una actitud realista frente a la existencia. De ahí que pensemos que el humor germina en la fortaleza de la intimidad. Y no corresponde sólo a ser efecto del carácter.

4. Gobernarse a sí mismo

Construir una sana intimidad personal hace necesario tener ciertas agarraderas (disciplina) mientras que el vacío interior acaba con la fuerza de la dignidad.

Sócrates: “la felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta”

El profundo influjo de la dignidad interior se advierte en la propia debilidad humana. La disciplina necesaria de la que hablamos para mantener a raya los comportamientos que llenan de sentido nuestra dignidad también tienen su papel psicológico: cuando la mente está ocupada conserva el equilibrio.

Cuando la mente no está ocupada el psiquismo se desequilibra, es decir, se deshilacha, se desmorona. En consecuencia, se debilita la fuerza de la dignidad interior que es motor del comportamiento. Por tanto, y en cualquier circunstancia, siempre hemos de gobernarnos a nosotros mismos.

1. Primacía del yo sobre las circunstancias
2. La fortaleza de la dignidad interior se debilita en los tiempos muertos, en las épocas sin rumbo o sentido, en el mero dejarse llevar por los estados de ánimo..

¿Estamos realmente convencidos que ser más veraces, leales, buenos, querer mejor… enriquecen nuestra felicidad mucho más que el cambio de circunstancias externas?

La ley psicológica del plano inclinado:

1. El buen funcionamiento de las facultades humanas se mide por la adquisición de las virtudes correspondientes
2. Las virtudes requiere hábitos
3. Los hábitos se consolidan con la repetición continua de actos
4. Esos actos han de ser libres y cada vez más perfectos.

Completar ese proceso lleva tiempo. Es decir, interiormente mejoramos poco a poco.

El itinerario del arraigo de los vicios es similar al de las virtudes, pero en dirección contraria. También requieren de la repetición reiterada de actos contrarios a la dignidad reclamando cada vez mayor intensidad de placer o satisfacción. Así el vicio le gana terreno a la autonomía de la libertad.

José Ortega y Gasset decía que el perro no puede desperrunarse, el tigre no puede destrigarse pero el hombre sí es capaz de deshumanizarse. Si soltamos las riendas de la propia dignidad podemos desorientarnos. O tiramos de nosotros hacia arriba o nos deslizaremos hacia abajo.

La inagotable capacidad de ascender por el plano inclinado conduce a la plenitud de la dignidad humana. Siempre se puede progresar en dignidad, en madurez personal, las posibilidades de expandir la intimidad y perfeccionar el comportamiento son ilimitadas. En la felicidad sucede lo mismo: por naturaleza es limitada, aunque existencialmente ilimitada.

5. Aceptar la limitación de lo real

Somos muy poquita cosa: la vida se quiebra en cualquier instante inesperado.

El pasado de cada uno deberá servir para inspirar su futuro y dotarlo de sentido.

Horacio: “No extrañarte de nada, Numicio, es casi lo único capaz de hacerte y conservarte feliz.

6. Superar el desencanto

Escuchar en vez de hablar, consolar en vez de ser consolados, conviene comprobar cómo al conmoverse con la amargura de los otros apacigua el propio sufrimiento, se enternece el corazón, se ablanda el corazón hasta convertirse en una persona compasiva y bondadosa.

Quinto Curcio: “Los que mejor soportan las penas son los que las ocultan”

Axioma trascendental para el psiquismo humano: no es el sufrimiento en sí mismo el que cambia el corazón del hombre, sino la postura que el hombre adopta ante el sufrimiento.

En la vida ordinaria, nosotros podemos amasar el corazón en la en la convivencia con la gente que nos rodea (interesarse por un problema o dificultad, mitigar una tristeza, alegrarse con una aventura ajena animar ante un fracaso, alentar un propósito, aplaudir un éxito…)

Si amasamos un corazón acogedor, la vida apetece. Si cada día procuráramos la búsqueda de ilusión para los otros, ilusiones tal vez anteriormente inadvertidas, la vida amanecería con otra tonalidad.

Ahora bien, precisa labranza. Es un logro personal, no es efecto espontáneo del temperamento o carácter. No. Es un fruto granado del esfuerzo personal.

“La alegría no es perfecta más que si llama a la alegría del otro” – Elie Wiesel

Para lograrlo se necesita:

1. El continuo empeño en moderar los propios sufrimientos e ilusiones
2. Dar prioridad a las necesidades de los demás

La vida apetece… porque se saborea en la alegría de los otros de todos pero especialmente los seres queridos.

De esta forma, la alegría se transforma en felicidad. Esta vez, advertida.

No olvidando que el dolor no es incompatible con la felicidad. Resulta insensato imaginar una felicidad al margen del sufrimiento, las limitaciones, las dificultades, los problemas, los errores, los cansancios, las tristezas.

Sólo cabe admirar la semilla de bondad que anida en el corazón humano y el cómo fructifica o no según en ejercicio de la libertad personal.

El aceptar el sufrimiento aún nos presta otro sustancioso servicio: el dolor entreabre una rendija por donde resplandece lo eterno (Hervé Pasqua)

 

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